Cómo combatir el estrés
Empecemos por el principio: ¿qué es el estrés? Pues es, ni más ni menos, la reacción natural del cuerpo al enfrentarse a situaciones que el cerebro percibe como desafiantes, peligrosas o amenazantes. El problema aparece cuando esta respuesta adaptativa y naturales prolonga en el tiempo, surge con demasiada frecuencia o se experimenta en situaciones que se interpretan como dañinas, pero que en realidad no lo son. Es en estos casos cuando la repetición constante de la respuesta ante el estímulo percibido como peligroso puede tener consecuencias tremendamente negativas para la salud (diabetes, colesterol, procesos infecciosos, etc.) pues se altera la actividad neuroendocrina (hormonas, glándulas y células), fisiológica (aumento de la tasa cardiaca, la presión sanguínea o la actividad respiratoria) y psicológica (indecisión, actividad mental acelerada o pérdida de memoria) y se funciona por encima del rendimiento que puede soportar el cuerpo.
Habitualmente, quienes nos rodean son los primeros en apreciar que estamos pasando por un periodo de estrés. Y es que la reacción de alarma del organismo incluye mecanismos para evitar sentirnos mal, por eso tardamos tanto tiempo en darnos cuenta de que estamos estresados a pesar de percatarnos de los síntomas.
¿Cuáles son los síntomas habituales del estrés?
- Síntomas emocionales: ansiedad, depresión, ira, miedo, irritabilidad, confusión, impaciencia o frustración.
- Síntomas somáticos: fatiga, insomnio, temblor o dolores de distinto tipo.
- Síntomas cognitivos: indecisión, actividad mental acelerada, dificultad para concentrarse, pensamientos repetitivos, excesiva autocrítica, olvidos, pérdida del sentido del humor o la memoria.
- Síntomas conductuales: dificultades para hablar, morderse las uñas, risa nerviosa, trato brusco en las relaciones sociales, llanto, apretar las mandíbulas, aumento del consumo de tabaco o alcohol.
- Síntomas físicos: músculos contraídos, dolor de cabeza, problemas de espalda o cuello, malestar estomacal, fatiga, infecciones, palpitaciones o respiración agitada.
¿Por qué hay personas que se estresan más que otras?
Existen determinadas características personales que parecen proteger del estrés. Las personas que las poseen tienen un sistema de creencias que minimiza la sensación de amenaza ante ciertos acontecimientos porque los interpreta como desafíos y oportunidades para el crecimiento personal. Reconocen y confían en sus valores y capacidades, son flexibles y toleran la ambigüedad, saben priorizar y creen en su toma de decisiones. Pero lo que realmente provoca que una persona se estrese más que otra es el significado que se le da a la situación a enfrentar, es decir, el estilo de afrontamiento psicológico que hace que algunos individuos aprendan desde jóvenes a enfrentase a los que les estresa, mientras que otros toman distancia emocional, se bloquean o activan estrategias de evitación o huida ante el estímulo percibido como peligroso.
Consejos para manejar el estrés
- Reconocer las señales: el primer paso es reconocer cómo nuestro cuerpo responde ante el estrés para poder cambiar el estilo de afrontamiento. Algunos están irritables, otros no pueden dormir o se sienten sin energía, etc.
- Revisar la forma cómo se está evaluando la situación: algunas personas o en ciertos momentos de nuestra vida percibimos cualquier situación como amenazante, peligrosa y nos paralizamos y dejamos de actuar. Esta reacción requiere un gasto de energía enorme, que podríamos aprovechar para encarar la situación como un reto, un desafío, movilizarnos y no permanecer más tiempo en situación de estrés bloqueante. Tener estrés depende más de la valoración que hace el individuo de la situación, que de las características objetivas de ésta.
- Tomar decisiones: generalmente, cuando nos enfrentamos a un dilema solemos tener, como mínimo, tres opciones a elegir “permanecer como estamos, girar a la derecha o girar a la izquierda”. La única que no es aconsejable es permanecer como se está, pues sin duda alguna, es la más dañina para la salud física y psicológica y, aunque las otras dos alternativas conlleven cierto riesgo, siempre implicarán un movimiento para llevarnos a un lugar diferente del que estamos, y ya estamos en el peor.
- Realizar actividades placenteras: cuando no podemos evitar la fuente del estrés porque está causada por un cambio repentino, como una enfermedad o un acontecimiento traumático, como la muerte de un ser querido, es importante que nuestros esfuerzos vayan dirigidos a amortiguar o cambiar el estado emocional, realizando actividades placenteras como pasear, hacer deporte, mantener relaciones gratificantes, ejercicios de relajación, etc.
- Confiar en nuestras capacidades: nuestro sistema de creencias es fundamental a la hora de atribuir significados a los acontecimientos. Si confiamos en nuestras capacidades y habilidades, minimizaremos la sensación de amenaza ante situaciones difíciles, y podremos permanecer estables. Por el contrario, si estimamos que nuestros recursos son insuficientes para hacer frente a la situación, lo más probable es que se ponga en marcha el mecanismo de alarma que desencadena la respuesta de estrés.
- Establecer prioridades: es importante aprender a decidir qué cosas se deben hacer y cuales pueden esperar, y aprender a decir “no” a tareas nuevas si ya estamos al límite.
- Mantener relaciones saludables: tener contacto con personas que proporcionan apoyo emocional puede resultar reconfortante. Pero también pedir ayuda al entorno puede desahogar de la sobrecarga de tareas.
- Evitar pensar obsesivamente en los problemas: es importante enfocarse en lo que se ha logrado, en lugar de en lo que no se ha podido hacer.
Mireia Galán
Especialista en Psicología Clínica y Psicoterapeuta familiar y de pareja
Psicóloga consultora de Advance Medical